Tan sólo en los últimos días, llevamos seis ciclistas atropellados en las calles del área metropolitana. Casi la cifra de un año entero.
En la colocación de la Bici Blanca en memoria de una de ellas, amigos y familiares de la víctima se referían al hecho como un lamentable accidente.
Éstos no son accidentes, son edificios de negligencias: el diseño vial, la ausencia de infraestructura para los usuarios más vulnerables, una pobre aplicación de las normas y la nula educación vial que recibimos antes de convertirnos oficialmente en conductores. Porque sí: cualquiera puede tener una licencia de conducir en Nuevo León.
Tan sencillo como juntar los 592 pesos que cuesta el trámite, dar una vuelta en el auto con un evaluador del ICVNL (examen práctico) y presentar un examen teórico para el que estudias 20 minutos antes. Listo: el Estado te considera un ciudadano apto para conducir.
Con 2.1 millones de vehículos circulando en Nuevo León, más de 78 mil choques, casi 8 mil lesionados y 642 defunciones por hechos viales al año, me parece que nos estamos tomando con poca seriedad el tema.
Es más, me atrevo a decir que el laxo proceso para la obtención de una licencia de conducir en Nuevo León, junto con la escueta aplicación de las normas viales y las deficiencias en infraestructura, hacen al Estado cómplice de los homicidios que se cometen a diario en nuestras calles.
En Monterrey nos quejamos de nuestra pésima cultura vial. Pero, ¿cómo se genera esta cultura? Todos hemos escuchado la penosa frase de «cuesta 3 dólares educar a un mexicano». Eso que nos pasa cuando cruzamos la frontera y de pronto nos convertimos en conductores respetuosos de las normas es el efecto de un Estado fuerte cuyas normas se hacen cumplir y cuesta caro romperlas.
¡Qué diferencia hace esto sobre el comportamiento individual! Entonces, ¿qué es cultura vial?
En países donde hay conciencia del peligro que implica ir montado en dos toneladas de fierro que se desplazan a cualquier velocidad, la educación vial comienza desde los primeros años de la educación básica: cruzar una calle, los señalamientos, tipos de infraestructura vial, las responsabilidades de los distintos usuarios de la vía pública.
Aun con esta educación temprana, quien tramita una licencia por primera vez, toma un curso teórico durante seis meses y presenta su examen práctico dos, tres, cuatro veces, hasta aprobarlo.
Se requiere hacer pruebas de reflejos, respeto a la señalización, uso de los espejos, prioridad a peatones y ciclistas, no obstrucción del tránsito, el modo de sujetar el volante en ciertas maniobras, estacionarse en paralelo y hasta arrancar un auto de transmisión manual en subida.
Hasta entonces se considera que una persona tiene los conocimientos y habilidades necesarios para no ser una amenaza vial para el resto de la población.
Mientras tanto, en Nuevo León no sabemos para qué sirve la direccional, la gente maniobra obstruyendo la calle entera, la infraestructura peatonal no existe en los ojos del automovilista ni de la autoridad, cualquier cosa más ligera que mi auto estorba, y la jerarquía vial se establece en el imaginario de cada quien de acuerdo con el valor y tamaño de su vehículo.
El resultado son 304 peatones, 8 ciclistas y 11 usuarios de transporte público muertos al año. Vidas que podríamos salvar si aumentamos las habilidades de la población al volante, el rigor con que se aplican las normas y creamos infraestructura que impida circular a tremendas velocidades.
Lamento el deceso de Karina, de Cristina y de tantas otras personas que mueren a diario y ni siquiera nos enteramos por incorrecta clasificación, para lo que en Nuevo León somos campeones. Sabemos que son muchas más.
El autor es sociólogo y ha colaborado en distintas ONG.
eemiliano.sanchez@gmail.com
Columna de opinión publicada originalmente en El Norte el 28 de julio de 2020.
Foto de portada por Maxwell Ridgeway en Unsplash
