Los muchachos modernos | por Ximena Peredo

Una manera muy sencilla de conocer la entraña de los gobiernos es viajar en transporte público. Las prioridades de un gobierno se cristalizan en las condiciones de su movilidad urbana. Si el sistema es caro, ineficiente y peligroso, podemos concluir que las autoridades están concentradas en proteger intereses privados.

En Nuevo León, el sistema de transporte público muestra avances mínimos, casi imperceptibles al paso de los sexenios y, sin embargo, en los últimos seis años las tarifas han aumentado en más del 100 por ciento. Así de claro.

Por eso es tan lamentable el circo que han montado alrededor de la tarjeta Feria, que no es más que una imposición del bando de transportistas y sindicatos que han tomado como propio al Consejo Estatal de Vialidad y Tránsito para legitimar cada año el incremento en las tarifas.

No conformes con controlar el precio de su servicio, ahora, constituidos como la empresa Enlaces Inteligentes, S.A. de C.V., pretenden obligarnos a que les compremos una tarjeta de prepago. Pero si nos quejamos, nos llaman premodernos.

La Agencia para Racionalización y Modernización del Sistema de Transporte Público se ha embarcado en defender a capa y espada el negocio privado, cayendo en el ridículo de amenazar a los usuarios con «cuotas de castigo» si no compramos el producto. Esto, por cierto, es condenado por el artículo 10 de la Ley Federal de Protección al Consumidor, que especifica: «los proveedores no podrán aplicar métodos o prácticas comerciales coercitivas o desleales».

Apenas entre en vigor la cuota de 10 pesos de castigo para los usuarios remisos lloverán amparos contra la medida, asegura Ignacio Zapata, de la Alianza de Usuarios del Transporte Público. Dudo que Ismael Flores y sus muchachos ignoren la fragilidad jurídica de sus caprichos, por eso es fácil prever que la amenaza nunca será cumplida. Todo quedará en un abuso focalizado en los grupos más vulnerables, los ancianos y los estudiantes, quienes prácticamente fueron obligados a participar en el negocio piloto.

La improvisación, vaya paradoja, ha sido la norma en este proceso modernizador al que invita la rudimentaria CTM. Recordemos lo accidentado que ha sido para Esteban Quiroga vender la idea a la ciudadanía.

Pero el gran ridículo fue protagonizado por Cecilia Fernández, vocera de Enlaces Inteligentes, quien, en vivo, en un noticiero de TVAzteca, quiso mostrar las bondades del uso del lector de tarjeta prepago y éste no funcionó. Fueron minutos de gran tensión en el estudio, porque Fernández no sabía qué decir ni cómo escapar de cámaras con su lector defectuoso. Luego del bochorno se echó la culpa, diciendo que ella no sabía cómo utilizar su tarjeta. Ya sabe usted, siempre el usuario tiene y tendrá la culpa.

Pero hablemos de modernidad. Subamos a la Ruta 23 -del Grupo Martínez Chavarría-García- que recorre los sectores de Cedros y Cumbres. Para subir a la unidad hay que escalar cuatro escalones de más de 40 centímetros cada uno, luego uno topa con una barra de conteo en la que normalmente los usuarios con mochilas, bolsas o niños en brazos nos atoramos. Zafarse de la barra es complicado, pues el motor del camión, que está dentro de la unidad, limita el espacio. Así se arma una fiesta patronal entre la gente que está pagándole al histérico chofer, la que se está peleando con la barra y la que, como puede, mantiene el equilibrio sobre los prehispánicos escalones.

Hágase la modernidad sólo en mis bolsillos, dicen los empresarios del transporte porque, salvo excepciones que sólo ubico en el Grupo Lazcano, el servicio es pésimo, las rutas ahorcan a la zona metropolitana y obligan al usuario a dar más viajes y a pagar cuotas injustas.

Siete de cada 10 viajes que se hacen en la Ciudad son realizados en transporte público y, sin embargo, el Gobierno, que tiene la obligación de proveernos de este servicio público, se dedica a planchar negocitos (¿ajenos?).

El usuario del transporte es invisible en la toma de decisiones. Existe sólo para pagar a los modernos muchachos sus ocurrencias.