09 Ene. 2015

Seguramente sabe que un grupo de personas está de plantón en el jardín del Congreso, en donde los Diputados quieren construirse un estacionamiento exclusivo.

El caso es tan simbólico que en él no sólo se juega un jardín. En lo profundo es un debate sobre nuestro hábitat y sobre la forma en cómo lo pensamos.

El caso también es un cuestionamiento sobre cómo se toman las decisiones sobre el espacio de todos.

El hecho de que durante la semana ningún Diputado haya atendido a las personas que se manifiestan en su jardín y, peor aún, que hayan publicado un comunicado confirmando que el estacionamiento se construirá proteste quien proteste, plantea de manera contundente no sólo la dificultad de hacerse escuchar, sino el desinterés de los legisladores por considerar a grupos que ellos no representan.

Este caso, además, ilustra la idea de Ciudad que tienen los Diputados. Una ciudad completamente diferente de la nuestra.

Cuando se ganan más de 150 mil pesos al mes, se cuenta con una cartera de protecciones políticas y se tiene fuero, la Ciudad se vive distinto. Los Diputados viven una Ciudad exclusiva, que existe para muy pocos.

Desde estas condiciones de privilegio, decidieron aprobarse un estacionamiento exclusivo. No porque no tengan dónde acomodar sus autos y camionetas. Todos tienen cajones exclusivos a 50 metros de la puerta de su edificio y por ello se paga de renta 28 mil pesos mensuales, lo cual ya es suficiente dinero tirado a la basura.

El edificio de estacionamiento que los Diputados se quieren construir va a costar 55 millones de pesos (imagine que tira a la basura más de un millón de pesos cada semana durante un año).

La justificación a la obra es la mayor comodidad de los Diputados. Es decir, es una pretensión de encapsularse aún más.

Un estacionamiento exclusivo para los representantes populares es un contrasentido democrático. Incluso si la obra se fuera a construir sobre un espacio vacío, merecería el otorgamiento de un amparo.

Sin embargo, el caso adquiere una dimensión todavía más simbólica porque donde quieren su estacionamiento hay un jardín, el jardín del Congreso, que las personas que lo defienden ya bautizaron como #ParqueCongreso.

Aunque el espacio tiene 33 árboles y césped, los Diputados le dieron el trato de terreno baldío y no de jardín. De hecho, el primer desafío no es conseguir deliberar democráticamente el destino de éste y cualquier espacio público, sino «hacer ver» a los Diputados que se trata de un jardín.

Parece la cosa más fácil, pero no lo ha sido. Desde que el proyecto se anunció se solicitó información formalmente, se realizaron protestas, pedaleadas y picnics sin que nada de esto provocara una apertura al diálogo.

El lunes pasado, marcado como el día de inicio de construcción de la obra, organizaciones como Pueblo Bicicletero, La Banqueta se Respeta, Hola Vecino y Reforestación Extrema, entre otras, llamaron a instalar un plantón en el jardín.

Durante las pasadas 120 horas han demostrado públicamente que el espacio no está vacío, que es un jardín con vocación de parque.

De hecho, estos grupos están circulando en redes sociales un presupuesto para acondicionarlo como parque. Contemplan plantar 25 árboles, iluminación, sistema de riego, mobiliario urbano y rehabilitación de banqueta, entre otros, y la suma no supera los 400 mil pesos.

Aunque en su forma el caso se presenta como un dilema entre un estacionamiento privado contra un parque público, en lo profundo es una discusión sobre el tipo de relaciones que ocupan los espacios.

Construimos espacios que luego nos construyen como sujetos. Pensando en esto urgen más encuentros en parques y menos en estacionamientos.

La pregunta que deja en suspenso este caso no es qué espacio nos conviene más. La duda es si usted tomará también el jardín y lo tratará como parque.

Su decisión es crucial para el futuro de la Ciudad que amamos.

ximenaperedo@gmail.com